martes, 16 de agosto de 2011

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En Venecia no se extraña el mar, es éste que se pelea con sus mareas por rodear a Venecia.
Ella, dulce y coqueta, prestándose a romances y a carnavales te acoge con toda su fuerza y te da un paseo por sus calles estrechas. Quizás con la intención de que te quedes.
La noche la hace misteriosa, la disfraza de contrastes y guarda bajo sus canales las historias vividas durante el día.
Venecia conoció el dolor y por eso a veces llora, llora sin medida y se inunda en sus propias lágrimas.
El artista y el enamorado conviven, cada uno con su propio amor: el poeta y el pintor que se entregan a la ciudad, y el enamorado que se deja seducir por los encantos italianos.
Venecia pide ser fotografiada, recordada, descrita. Te grita con susurros para llamar tu atención pero no pretende asustarte. 
Es la niña bonita y mimada, la adolescente apasionada y la tranquila madurez. Es suspiro en su puente y es paloma en su plaza.
Pero... Venecia sin ti qué triste y sola está.


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