domingo, 11 de septiembre de 2011

She's





Amalia tenía 20 años y era hermosa. Sus ojos verdes recordaban a los canales que se reflejaban en ellos, su sonrisa guardaba secretos y su melena se deslizaba por los hombros delicadamente dándole un toque dulce a su rostro. 
Era inocente y transparente, no se había enamorado jamás pero era una romántica empedernida y le encantaba hablar con los turistas que paseaban por su ciudad. Se podría decir que era una chica sociable. Llamaba la atención entre aquella multitud que deambulaba de un lado para otro, sin interés de conocer qué pasaba a su alrededor pero que sí leía los periódicos para ver qué ocurría al otro lado del globo.
Ella no conocía ningún lugar del mundo. Quería salir de aquel charquito y pisar las tierras que había visto sólo en fotografías, pero de momento tenía que conformarse con cerrar los ojos y soñar.



Le gustaba el invierno, era su época del año favorita. Los guantes, la bufanda, el abrigo, el termo con chocolate, los días de clase, las tardes delante de la chimenea...
Adoraba encerrarse en su habitación y oír cómo el viento rozaba las hojas de los árboles y las gotas de lluvia resonando sobre el tejado. Hay que amar mucho el agua para vivir en Venecia y ese era su caso.

Estudiaba literatura en la Universidad Ca'foscari. Veía letras por todas partes y si no estaban, las escribía. Su habitación estaba llena de notas con frases célebres y pequeños poemas. Leía a Neruda, Benedetti, Coelho, Joyce, Shakespeare... Los libros que tenía eran antiguos, sus páginas estaban amarillentas y solían tener alguna dedicatoria. Pertenecían a sus abuelos que, tras la muerte de ambos, ella guardaba cuidadosamente en cajas. Sus amigas no entendían muy bien cómo prefería quedarse en casa con aquellos "tochos" como ellas decían. Sin embargo, Amalia, no veía en el alcohol y la fiesta ningún tiempo de aliciente. Ella quería a alguien con quien compartir sus charlas filosóficas sobre la vida después de la muerte, la existencia de Dios, el comportamiento humano... pero parecía espantar a los demás en cuanto lo intentaba.


Era diferente, especial, peculiar y el resto eran demasiado comunes. 

martes, 16 de agosto de 2011

1


En Venecia no se extraña el mar, es éste que se pelea con sus mareas por rodear a Venecia.
Ella, dulce y coqueta, prestándose a romances y a carnavales te acoge con toda su fuerza y te da un paseo por sus calles estrechas. Quizás con la intención de que te quedes.
La noche la hace misteriosa, la disfraza de contrastes y guarda bajo sus canales las historias vividas durante el día.
Venecia conoció el dolor y por eso a veces llora, llora sin medida y se inunda en sus propias lágrimas.
El artista y el enamorado conviven, cada uno con su propio amor: el poeta y el pintor que se entregan a la ciudad, y el enamorado que se deja seducir por los encantos italianos.
Venecia pide ser fotografiada, recordada, descrita. Te grita con susurros para llamar tu atención pero no pretende asustarte. 
Es la niña bonita y mimada, la adolescente apasionada y la tranquila madurez. Es suspiro en su puente y es paloma en su plaza.
Pero... Venecia sin ti qué triste y sola está.